Hace 747 años falleció Juan Fidenza Ritela, quien después de haber perdido la vida se convirtiera en el Santo Patrono de San Buenaventura.
Juan Fidanza nació en Bañorea, una pequeña ciudad italiana. Un hecho milagroso ilumina su niñez como prenuncio de lo que sería su vida. Estando gravemente enfermo, su atribulada madre lo encomendó y consagró a San Francisco de Asís, por cuya intercesión y méritos recuperó la salud. Llegado a los umbrales de la juventud se afilió a la Orden fundada por su bienhechor, atraído, según el mismo Santo confiesa, por el hermoso maridaje que entre la sencillez evangélica y la ciencia veía resplandecer en la Orden Franciscana.
A lo largo de su vida fue franciscano, escribió la vida de San Francisco de Asís, fue cardenal, ministro general y organizador de la orden de los frailes menores.
Grandiosa fue la actividad del Santo de Bañorea como sacerdote, como prelado y como sabio. Pero ni la ciencia ni la acción secaron su espíritu. Espoleado de abrasante amor a Dios y al prójimo, vivió una intensa vida interior, savia que empapaba toda su actividad a configurarse con Jesucristo, maestro y Señor.
En 1274, entregaba a Dios su bendita alma en medio de la consternación y tristeza del concilio, que se había dejado ganar por el irresistible encanto de su personalidad y por la santidad de su vida. El Papa mandó –caso único en la historia– que todos los sacerdotes del mundo dijeran una misa por su alma.
San Buenaventura ha sido y siempre será recordado como un santo que siempre tuvo la potencia de Cristo y el espíritu de la santidad para ser el semillero y origen de la renovación de las situaciones más difíciles que se puedan presentar en la grey Católica.
